El otro día iba paseando por la playa y me vino a la cabeza un pensamiento de esos que llama a mi yo interior y me conecta, pensamiento que viene a mí cada vez que estoy solo paseando por una playa, sintiendo la tranquilidad de la brisa en mi cara, la arena en mis pies y las olas susurran en mis oídos. Me refiero a esa sensación de paz total que sentimos los amantes del mar al estar a su lado, esa energía que nos transmite, que nos hace conectar con nuestro interior y ponernos en ese estado reflexivo.
Una duda que me surgió fue “¿en qué pensará los demás al pasear junto al mar?“
Trataré de explicar en estas líneas lo que para mí simboliza, lo que me trae a la cabeza. Los paseos por la orilla, o cerca de un precioso acantilado, me hacen conectar con una parte de mí que suele estar dormida si me encuentro entre ladrillos, aunque a veces se despierta para fastidiarme el sueño y que yo tampoco pueda dormir, creo que nos entendemos.
En mi caso me pongo a pensar en todo aquello que me gustaría que ocurriese, en el punto de la vida donde estoy y si voy encaminado hacia mi meta, en la familia, en el amor… Me hace pensar en aquellos temas que requieren pararse a conocerse a uno mismo. Muchas decisiones importantes las tomo junto a una playa o acantilado, es como si las olas me gritaran la respuesta que tengo en mi interior y no consigo escuchar, la verdad es que suelen acertar con bastante frecuencia, más de la que me gustaría admitir.
Era Noviembre del 2019 y estaba paseando por una zona de acantilados, sentía una gran incomodidad con mi vida en general en ese punto y necesitaba meditar algunas decisiones que iba a tomar, necesitaba conectar un poco más con mi interior dado que lo había tenido silenciado durante mucho tiempo. Estaba pensando en dos temas clave: trabajo y amor. Me puse a analizar mi vida desde un punto de vista externo e interno, no fue trabajo fácil, pero de alguna manera caí en que el punto de partida estaba en otra parte que no había contemplado y que me estaba condicionando más de lo que me gustaría reconocer, el sobrepeso desmesurado que me acompañaba por esa época. Comprendí que para poder realizar ciertos cambios en mi vida (en general) y poder girar hacia el rumbo deseado, primero necesitaba cambiarme a mí. A pesar de que en mi alrededor me lo habían dejado caer unas cuantas veces, siempre había hecho caso omiso, pero ese día junto al mar, mirando al horizonte, sentí como me llegaron los primeros pasos a realizar. Ese paseo fue uno de los más simbólicos para mí a día de hoy.
Por retornar al presente, o más bien al pasado cercano y reciente, el pensamiento que me vino fue valorar si algunas cosas o relaciones me hacen bien, me aportan, o si, por el contrario, me restan y desestabilizan. La verdad es que me aportó claridad de una forma muy sutil, en el momento de tomar la fotografía que acompaña esta entrada una ola se rozó los pies, sonriente miré hacia abajo para sentir el agua acariciarme. De alguna manera, el mar me respondió mandándome una ola que – curiosamente – llegó hasta mis pies, girando la cabeza me di cuenta que el punto donde más subió la ola por la orilla fue donde me encontraba yo, las demás olas se quedaban como a medio metro de distancia de esta. La sensación de frescura en mi piel, la sensación de calma y tranquilidad que me transmitió me hizo pensar de manera positiva.
Un rato después, estaba pensando en otro tema, también relacionado con el anterior, pero de una forma algo más dudosa e insegura, no sabía si tomar una decisión sería algo arriesgado y precipitado, a pesar de tener la corazonada de que era algo que no debía hacer, mi cerebro no estaba tranquilo, aplicando demasiada mente y lógica, me decía que estaba bien. Decidí consultarlo con el gigante natural, esta vez no me respondió con una sutil caricia, sino que se me hundió el pie en la arena y me pinché con un palo, que al sacar el pie seguía en mi dedo y tuve que quitar con cuidado. Una rama de árbol que había sido rota en mil pedazos se me clavó en el pie provocando en mí una sensación negativa, dándome a entender que, al igual que mi intuición decía, era mejor no tomar esa acción, por la que la deseché de mis pensamientos, al menos durante una temporada.
El mar tiene esa energía que nos vuelve reflexivos y nos aporta claridad, así como fomenta nuestra creatividad. Dispone de iones negativos que te activan y mejoran el desempeño cognitivo, pero si prestas atención a sus señales, te habla, te responde.
Podrá parecer una locura, pero te recomiendo probarlo y prestar atención a lo que te cuente. Para ello primero tienes que hacer un trabajo previo de aprender a escuchar a tu interior en ese momento, de conectar con tus emociones y con los sentimientos que te provoca.
Deberíamos conectar más con los diferentes elementos que nos brinda la naturaleza. En este caso, deberíamos conectar más con el mar.